Un relato sobre la vida de cualquiera de nosotros en la que, el descuido trae oscuridad y luz. Oscuridad en gran parte del camino y la luz al final. Sea la alegría la que predomine porque al final del relato todo aquello que sucedió, se convierta en un aprendizaje que no haber sucedido, seguramente no seriamos las personas que somos ahora.
Caminaba por la vida sin contratiempos. La loca carrera por vivirla sin freno me condujo por esos caminos por donde caminan los descarriados. Muchas piedras encontré. Algunas eran hermosas y me invitaron a seguir por ese rumbo sin saber que era la senda equivocada. Pero, la mezquindad matizaba a la mayoría de esas piedras. No me importó, continué por esa vereda.
La falsa alegría del temprano viaje que emprendí convirtió mi existencia en un continuo descuido. Descuidé lo más por lo poco. Hice miserable la realidad de mis amados. Omití esos pequeños detalles que más tarde se convirtieron en un tormento. Fallé en aceptar que hace falta muy poco para encontrar la felicidad. La felicidad mía, la de ellos, por los que me duele haber hecho de mi vida un descuido.
En ese tramo de mis días por este mundo, las tardes y noches eran fantasía pura. Eran locura en una mente cuerda. Mis virtudes conducían mis pasiones para llegar a la cima del ego. Si, fueron triunfos que me llevaron a lo más alto de la cumbre de mi circulo social, por lo que, ciertamente, exacerbaron mi soberbia. Y entonces, mis defectos comenzaron a realizar la obra. Opacaron las muchas virtudes que, por orden divino, me fueron otorgados.
La aventura continuó. El espíritu comenzó a morir. Mi ceguera espiritual hacía destrozos en mi interior. Algo muy dentro de mí gritaba “alto” estas en el borde de un abismo. Mira a tu alrededor y observa la estela de inmundicia que vas dejando. Paré y miré, quedé atónito. Era un surco el que había atrás de mí. Una huella de sufrimiento fue la que marqué en aquel camino que equivoqué en mi temprana juventud.
Fue la mano de Dios la que abrió los cielos nublados de mi alma. Ese toque mágico fue el que doblegó mi soberbia y sacudió mi espíritu para detener mi lío existencial. Fue una chispa celestial la que enderezó mi camino torcido. Sané las heridas propias y ajenas. Los mares se serenaron y las aguas volvieron a su cauce. El descuido se volvió efímero. Si, sigo descuidando pequeñas cosas que me traen felicidad, pero ya no causan dolor. Porque en mi nueva vida, mi conciencia me da cuenta de inmediato de ello. Luego entonces, rectifico y hago que mi descuido se convierta en días de inmensa felicidad.
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