Cuantas veces nos empeñamos con nuestros hijos en darles todo cuanto podemos, así, sin esfuerzo alguno. El estigma social nos marca desde nuestra niñez con aquella frase de que «a ellos nos les falte lo que a mí no pudieron darme mis padres». Que error tan grande. No lo advertimos hasta que nuestros «pequeñitos» dan muestra de la inútil vida que forjamos en sus tiernas personas. La metáfora es un buen medio para hacer analogías todos los días.
Todos los seres vivos fuimos dotados de lo necesario para sobrevivir, para crecer y desarrollarnos bajo la supervisión y guía de nuestros amorosos padres. Hay que esforzarse para lograr alcanzar esas metas que deseamos. La riqueza fácil, invariablemente puede ser efímera y echar a perder a las personas. La metáfora de la mariposa, nos invita a reflexionar sobre la influencia que tiene ayudar a otros, sin que estos dispongan de la más mínima intención, de ayudar a ayudarlos.
LA METÁFORA DE LA MARIPOSA
Un día de primavera, un viajante descansaba tranquilamente al borde del camino bajo un árbol. Mirando la naturaleza que le rodeaba, observó cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una pequeña abertura aparecida en el capullo.
Estuvo largo rato contemplando cómo la mariposa iba esforzándose hasta que, de repente, pareció detenerse.
–Tal vez la mariposa –pensó aquel hombre– había llegado al límite de sus fuerzas y no conseguiría ir más lejos.–
Así que, decidido a ayudar a la mariposa, cogió unas tijeras de su mochila y ensanchó el orificio del capullo. La mariposa, de esta forma, salió fácilmente. Su cuerpo estaba blanquecino, era pequeño y tenía las alas aplastadas.
El hombre, preocupado, continuó observándola esperando que, en cualquier momento, la mariposa abriera sus alas, las estirara y echara a volar. Pero pasó el tiempo y nada de eso ocurrió. La mariposa nunca voló, y las pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y sus alas encogidas hasta que, finalmente, murió.
Aquel caminante, cargado de buenas intenciones, con voluntad de ayudar y evitar el sufrimiento a la mariposa, no comprendió que el esfuerzo de aquel insecto para abrirse camino a través del capullo era absolutamente vital y necesario, pues esa era, precisamente, la manera que la naturaleza había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas, y estuviera lista para volar una vez hubiera salido al exterior.
Algunas veces, es justamente tiempo y esfuerzo lo que necesitamos para evolucionar y crecer en nuestra vida. En realidad, si la naturaleza nos permitiese vivir sin obstáculos, quedaríamos muy limitados en nuestro inmenso potencial. Nunca llegaríamos a desarrollar nuestra verdadera plenitud.
Autor anónimo.
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