Sólo quien ha vivido la precaria necesidad de hacerse del poder para cambiar la realidad de los oprimidos, puede intuir las verdaderas intenciones de una contienda.
Lo lamentable de todo esto es que los oprimidos no luchan porque el miedo tiene presos a sus espíritus y ciega su intuición, y los que adivinan el rumbo de la batalla traen por detrás un ejército de soldados ciegos, temerosos y engañados por sus opresores.
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