DE TODO UN POCO

PRÁXEDIS GUERRERO

Mamá… ¿cuantas veces me contaste de este señor?, tu antepasado, mi antepasado y antepasado de mis hijos. Hoy que leo estos relatos no tengo mas que decir que soy un orgulloso de mis ancestros. Práxedis Guerrero, familiar cercano a mi abuelo Raúl Guererro Vázquez.  Práxedis fue el sexto hijo de José de la Luz Guerrero, primo hermano del abuelo de mi abuelo materno, ambos originarios de San Felipe Torres Mochas Guanajuato. Práxedis fue entonces algo así como mi tío tatarabuelo. Soy la cuarta generación Guerrero desde los tiempos de Práxedis. Fco. Armando Payán Guerrero

Heredero de una rica fortuna

Práxedis fue heredero de una rica fortuna que despreció: no tengo corazón para explotar a mis semejantes, dijo. Se puso a trabajar codo con codo con sus propios peones, sufriendo sus fatigas.

Práxedis G. Guerrero, el primer anarquista mexicano que regó con su sangre el virgen suelo de México, y el grito de ¡Tierra y Libertad! 

“¿Teméis a la Revolución? Renunciad a la injusticia y el miedo se acabará en vosotros.” Práxedis Guerrero

A lo largo de su vida revolucionaria y periodística, Práxedis se entregó al ideal anarquista de la libertad y la revolución. En pos de una vida mejor para los mexicanos pobres. Hijo de su tiempo, fue espada y relámpago de una generación de hombres y mujeres. Que entregaron su vida en los albores de la Revolución Mexicana.

Ricardo Flores Magón: Práxedis G. Guerrero (1911)

Práxedis Guerrero

«Vivir para ser libres, o morir para dejar de ser esclavos.» Práxedis Guerrero.

Hace un año que dejó de existir en Janos, Estado de Chihuahua, el joven anarquista Práxedis G. Guerrero, secretario de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano. 

La jornada de Janos tiene las proporciones de la epopeya. 

Treinta libertarios hicieron morder el polvo de una vergonzosa derrota a centenares de esbirros de la dictadura porfirista. Pero en ella perdió la vida el más sincero, el más abnegado, el más inteligente de los miembros del Partido Liberal Mexicano.

«Es mejor morir de pie que vivir de rodillas.» Práxedis Guerrero.

La lucha

La lucha se desarrolló en las sombras de la noche. Nuestros treinta hermanos, llevando la Bandera Roja, que es la insignia de los desheredados de la tierra. Se echaron con valor sobre la población fuertemente guarnecida por los sicarios del Capital y de la Autoridad. Resueltos a tomarla o a perder la vida. A los primeros disparos del enemigo, Práxedis cayó mortalmente herido para no levantarse jamás. Una bala había penetrado por el ojo derecho del mártir, destrozando la masa cerebral. Aquella masa que había despedido luz, luz intensa que había hecho visible a los humildes el camino de su emancipación. ¡Y debe haber sido la mano de un desheredado, de uno de aquellos a quienes él quería redimir, la que le dirigió el proyectil que arrancó la vida al libertario!

«Es más fácil suplantar un ídolo en la conciencia de los idolatras; no así destruir la idolatría. Por eso los suplantadores tienen mejor suerte que los reformadores.» Práxedis Guerrero.

Su muerte

Toda la noche duró el combate. El enemigo, convencido de su superioridad numérica, no quería rendirse, esperanzado en que tendría forzosamente que aplastar aquel puñado de audaces. Los disparos se hacían a quemarropa, se luchaba cuerpo a cuerpo en las calles de la población. El enemigo atacaba fieramente, como que contaba con una victoria segura; los nuestros repelían la agresión con valentía, como que sabían que, inferiores en número, tenían que hacer prodigios de arrojo y de audacia.

El combate duró toda la noche del 30 de diciembre, hasta que, al acercarse el alba, el enemigo huyó despavorido rumbo a Casas Grandes, dejando el campo en poder de nuestros hermanos y un reguero de cadáveres en las calles de Janos. El sol del 31 de diciembre alumbró el lugar de la tragedia, donde yacían dos de los nuestros: Práxedis y Chacón.

Práxedis Guerrero.

El hombre

Práxedis fue, sencillamente, un hombre; pero hombre en la verdadera acepción de la palabra; no el hombre-masa atávico, egoísta, calculador, malvado, sino el hombre despojado de toda clase de prejuicios, el hombre de abierta inteligencia que se lanzó a la lucha sin amor a la gloria, sin amor al dinero, sin sentimentalismo. Fue a la revolución como un convencido. Yo no tengo entusiasmo, me decía; lo que tengo es convicción. Cualquiera se imaginaría a Práxedis como un hombre nervioso, exaltado, movido bajo el acicate de la neurastenia. Pues, no: Práxedis era un hombre tranquilo, modestísimo tanto en teoría como en la práctica. Enemigo de tontas vanidades, vestía muy pobremente. No bebía vino como muchos farsantes por alardear de temperantes: no lo necesito, decía cuando se le ofrecía una copa, y, en efecto, su temperamento tranquilo no necesitaba del alcohol.

«Para luchar por la libertad no hacen falta odios; sin odio se abren los tuneles, sin odio se ponen diques a los ríos, sin odio se hiere la tierra para sembrar el grano, sin odio pueden aniquilarse a los despotismos, puede llegarse a la acción más violenta cuando sea necesaria para la emancipación humana.» Práxedis Guerrero

Práxedis fue heredero de una rica fortuna que despreció: no tengo corazón para explotar a mis semejantes, dijo, y se puso a trabajar codo con codo con sus propios peones, sufriendo sus fatigas, participando de sus dolores, compartiendo sus miserias. Era niño entonces; pero no se arredró ante el porvenir tan duro que se le esperaba como esclavo del salario. Trabajó varios años en México, ya de peón en las haciendas, o de caballerango en las casas ricas de las ciudades, o de carpintero donde se le daba ese trabajo, o de mecánico en los talleres de los ferrocarriles. Por fin vino a los Estados Unidos, ávido de aprender y de ver esta civilización de la que tanto se habla en los países extranjeros, y, como todo hombre inteligente, quedó decepcionado de la pretendida grandeza de este país del dólar, de la insignificancia intelectual y del patriotismo más estúpido.

«Tenemos hambre y sed de justicia, se oye por todas partes; pero ¿cuántos de esos hambrientos se atreven a tomar el pan y cuantos de esos sedientos se arriesgan a beber el agua que está en el camino de la revolución?» Práxedis Guerrero. 

Aquí, en este país de los libres, en este hogar de los bravos, sufrió todos los atentados, todos los salvajismos, todas las humillaciones a que está sujeto el trabajador mexicano por parte de los patrones y de los norteamericanos que, en general, se creen superiores a nosotros los mexicanos porque somos indios y mestizos de sangre española e india. En Louisiana, un patrono a quien le había trabajado algunas semanas, iba a matarlo por el delito de pedirle el pago de su trabajo.

«La justicia no se compra ni se pide de limosna; si no existe, se hace.» Práxedis Guerrero

Trabajó en Estados Unidos

Práxedis trabajó en los cortes de madera de Texas, en las minas de carbón, en las secciones de ferrocarril, en los muelles de los puertos. Verdadero proletario libertario, tenía aptitud especial para ejecutar toda clase de trabajos manuales. Así fue como se templó ese grande corazón: en el infortunio. Nació en rica cuna y pudo haber muerto en rico lecho; pero no era de esos hombres que pueden llevarse tranquilamente a la boca un pedazo de pan, cuando su vecino está en ayunas.


Práxedis Guerrero.

Práxedis fue, pues, un proletario, y por sus ideales y sus hechos, un anarquista. Por dondequiera que anduvo, predicó el respeto y el apoyo mutuo como la base más fuerte en que debe descansar la estructura social del porvenir. Habló a los trabajadores del derecho que asiste a toda criatura humana a vivir, y vivir significa tener casa y alimentación aseguradas y gozar, además, de todas las ventajas que ofrece la civilización moderna, ya que esta civilización no es otra cosa que el conjunto de los esfuerzos de miles de generaciones de trabajadores, de sabios, de artistas, y, por lo tanto, nadie tiene derecho de apropiarse para sí solo esas ventajas, dejando a los demás en la miseria y en el desamparo.

«Respetad el orden existente, someteos a las leyes que se hacen inviolables para los cobardes, y sereis eternamente esclavos.» Práxedis Guerrero

Conocido entre los trabajadores mexicanos

Práxedis fue muy bien conocido por los trabajadores mexicanos que residían en los Estados del sur de esta nación, y la noticia de su muerte causó gran consternación en los humildes hogares de nuestros hermanos de infortunio y de miseria. Cada uno tenía un recuerdo del mártir. Las mujeres se acordaban de cómo el apóstol de las ideas modernas blandía el hacha para ayudarlas a partir leña con qué cocer los pobres alimentos, después de haber permanecido encerrado todo el día en el fondo de la mina, o de haber sufrido por doce horas los rayos del sol trabajando en el camino de hierro, o de haberse deslomado derribando árboles en las márgenes del Mississippi. Y las familias, congregadas en la noche, oían la amable y sabia plática de este hombre singular que nunca andaba solo; en su modesta mochila cargaba libros, folletos y periódicos revolucionarios, que leía a los humildes.

«Derechos escritos, nada más escritos, son burlas a los pueblos, momificadas en Códigos.» Práxedis Guerrero

De todo esto se acordaban los trabajadores y sus familias cuando se supo que Práxedis G. Guerrero había muerto. Ya no se hospedaría más en aquellos honestos hogares el amigo, el hermano y el maestro.
¿Y qué habrá ganado el hijo del pueblo, que por sostener el sistema capitalista tronchó la fecunda vida del mártir?

«Una causa no triunfa por su bondad y su justicia; triunfa por el afán de sus adeptos.» Práxedis Guerrero

¡Ah, soldados que militáis en las filas del Gobierno: cada vez que vuestro rifle mata a un revolucionario, echáis otro eslabón a vuestra cadena! Volved a la razón, soldados de la Autoridad; sois pobres, vuestras familias son pobres, ¿por qué matáis a los que todo lo sacrifican por ver a toda criatura humana libre y contenta?

Volved, soldados, las bocas de vuestros fusiles contra vuestros jefes y pasaos a las filas de los rebeldes de la Bandera Roja, que luchan al grito de ¡Tierra y Libertad! No matéis más a los mejores de vuestros hermanos.

«Si sentís deseos de inclinaros ante un déspota, hacedlo; pero levantad una piedra para terminar dignamente el saludo.» Práxedis Guerrero

Y vosotros, trabajadores, pensad en la ejemplar vida de Práxedis G. Guerrero. Ved su rostro: es una blusa de peón la que tiene encima, y, la actitud en que está, es la misma en que se le veía cuando al frente tenía unas hojas de papel en que vaciar generosamente sus exquisitos pensamientos.

El primer anarquista

Práxedis G. Guerrero, el primer anarquista mexicano que regó con su sangre el virgen suelo de México, y el grito de ¡Tierra y Libertad! que lanzó en el obscuro pueblo del Estado de Chihuahua, es ahora el grito que se escucha de uno a otro confín de la hermosa tierra de los aztecas.

«Sin vacilar, puedo decir que Praxedis era el hombre más puro, más inteligente y más desinteresado, el más valiente cuando se trataba de la causa de los desechados.» Ricardo Flores Magón

Hermano: tu sacrificio no fue estéril. Al caer al suelo las gotas de tu sangre, surgieron de ella héroes mil que seguirán tu obra hasta su fin: la libertad económica, política y social del pueblo mexicano.

“Y vosotros, trabajadores, pensad en la ejemplar vida de Práxedis G. Guerrero. Ved su rostro: es una blusa de peón la que tiene encima, y, la actitud en que está, es la misma en que se le veía cuando al frente tenía unas hojas de papel en que vaciar generosamente sus exquisitos pensamientos.” Ricardo Flores Magón.

Fuente: Rebelde Alegre.

Ricardo Flores Magón 
Regeneración, 30 de diciembre de 1911.

Texto publicado en Regeneración, un 30 de diciembre de 1911. 
Extraído del libro: «Artículos de Combate» de Práxedis Guerrero.

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