Para los casados, después de Dios es tu esposa o esposo, luego tus hijos, después tus padres y luego todo lo demás. Para el soltero, después de Dios son tus padres y luego todo lo demás. Es necesario poner en su justa dimensión a las prioridades humanas.
Este ordenamiento divino no es negociable. Si te desbordas en amor y atenciones por tus hijos, te olvidas de tu esposa o esposo, rompes este equilibrio. Dios te hará pagar las consecuencias cuando al envejecer, tus hijos se olviden de ti. La única «flor» que podría estar a tu lado como cuando eran novios, se habrá marchitado por falta de agua.
De igual forma, si tomas como pretexto tus arduas jornadas laborales, tus múltiples ocupaciones y olvidas a tus padres, no habrá tregua entre Dios y tú por ignorar a los seres que te dieron la vida.
En conclusión, mantengamos la justa medida en el orden de nuestras prioridades interpersonales con los que nos rodean. Las prioridades humanas desequilibradas podrían traernos tragos amargos. Solo así, en la vejez, cuando llegue el final de nuestra vida, podremos expirar el ultimo aliento con la tranquilidad de que fuimos justos y seremos bien recibidos en ese lugar llamado La Paz Eterna.
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