El alacrán que hizo famoso al estado de Durango. El pequeñuelo media 30 cm y fue el autor ejecutor de varias muertes en la antigua cárcel de la capital duranguense. Esta es la leyenda del alacrán de Durango. En el Estado de Durango a finales del siglo XIX existía una antigua cárcel, que se ubicaba en lo que hoy es el centro de la capital, llamada «La Celda de la Muerte» porque todo preso que entraba en la celda 27 amanecía misteriosamente muerto.
SUCEDIÓ EN DURANGO
Esta es la leyenda del alacrán de Durango. En el Estado de Durango a finales del siglo XIX existía una antigua cárcel, que se ubicaba en lo que hoy es el centro de la capital, llamada «La Celda de la Muerte» porque todo preso que entraba en la celda 27 amanecía misteriosamente muerto. Esta situación angustiaba a carceleros, autoridades y presos. La decisión que se tomó fue que en este lugar se encerraran sólo a los presos peligrosos, ya que de esta manera serían doblemente castigados y a su vez serviría de lección para otros criminales.
Fueron muchos muertos, motivo que generó que a este lugar se le viera como la celda maldita. Los habitantes de Durango decían que la causa era que en las noches entraba un espectro y tomaba a los presos para estrangularlos. Otros aseguraban que el ambiente de la celda estaba envenenado y unos cuantos rezaban porque decían que la celda era visitada por el diablo. Las autoridades ofrecieron que el preso que descubriera lo que pasaba, se le daría su libertad.
Juan sin miedo
Año de 1884, en la Hacienda de la Cacaria, trabajaba Juan un joven alto, moreno y robusto. Le llamaban “Juan sin miedo” porque era un hombre valiente. En una ocasión llegó a la ciudad un perro rabioso, motivo que hizo que la población se alarmara y cerrara todas las puertas de sus casas. En la escuela del pueblo, el profesor no supo del peligro y les dio salida a los niños y niñas justo cuando el perro estaba allí. Juan al mirar la intensión agresiva del perro sacó una escopeta para matarlo y al disparar, la bala atravesó el corazón de la señora Elvira, quien pasaba por el lugar. Juan fue encarcelado y tuvo que pagar por el delito 20 años en prisión.
Después de 7 años de cárcel, las autoridades ordenaron que Juan sería condenado a la «La Celda de la Muerte». Aunque se decía que la verdadera razón era que el dueño de la hacienda quería a Juan muerto para quitarle a su prometida, que se llamaba Guadalupe. Cuando el director de la penitenciaría le preguntó a Juan. ¿Cuál es tu última voluntad?, el sentenciado a muerte contestó: «un banco, una docena de velas de sebo grandes y una caja de cerillos». Cumpliendo con su petición lo encerraron en la Celda de la Muerte.
Un asesino invisible
El hombre con mucho miedo y nervios prendía las velas en el momento que sentía una presencia extraña. Las horas parecían siglos, y hora tras hora contaba las campanadas que daba el reloj de la catedral. Cuando ya el temor lo vencía y la vela se apagaba, la prendía nuevamente y veía con atención a su rededor. Cuál fue su sorpresa al ver un enorme alacrán de unos 30 centímetros de largo, que pronto se ocultó en su madriguera. Tomó los cerillos y apagó la vela, permaneciendo en silencio y dejando transcurrir el tiempo. Su objetivo era matar al animal, o al menos, no dejarse picar.
Cuando el reloj indicó las 5 de la mañana, encendió el cerillo y el cúbito de su última vela y miró el enorme alacrán que estaba a un paso de su banco; sin pensarlo, se quitó el sombrero y lo arrojó sobre el alacrán. Tomó el banco y lo puso en encima del sombrero, para que el animal no escapara, al ver que lo había atrapado, se volvió a quedar a obscuras, y por unos minutos lloró sin poder contenerse. De lejos, se escucharon los pasos de los camilleros que venían por el cadáver de Juan para enterrarlo.
Juan, con modestia después de saludarles, les pidió que le ayudaran a sacar al alacrán asesino. Juan fue indultado y puesto en libertad por su hazaña, volvió a la Cacaria y se casó con su prometida. El calabozo dejó de ser «La Celda de la Muerte», y volvió a su antiguo nombre: «La celda de San Juan».
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