Sólo quien ha vivido la precaria necesidad de hacerse del poder para cambiar la realidad de los oprimidos, puede intuir las verdaderas intenciones de una contienda.
Lo lamentable de todo esto es que los oprimidos no luchan porque el miedo tiene presos a sus espíritus y ciega su intuición, y los que adivinan el rumbo de la batalla traen por detrás un ejército de soldados ciegos, temerosos y engañados por sus opresores.
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No creo en muchos lideres. No comulgo con ese tipo de seres que por los poros transpiran harto protagonismo en el ejercicio de su «liderazgo». No me gustan y no los sigo.
Son gritones, retóricos y por lo general, cualquiera les queda pequeño por no decirlo de otra manera.
Para ser líder hay que callarse la boca, servir sin querer los reflectores y los aplausos para lucir querido, aceptado y glorificado.
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La lealtad es un reflejo de tu forma de vivir, de tus actos y las cosas buenas que suceden en tu vida. La traición, por el contrario, no es otra cosa que, un grito desesperado de tu alma atrapada en la oscuridad del camino por donde andas. Lealtad y traición, dos caminos.
Cuando le caigas mal a alguien, déjalo y rodéate de las personas que sí te quieren. Y, si no hay nadie cerca, bríndate tú ese cariño.
Celebra lo bueno que hay en ti. Ya verás que no falta quien se una a esa celebración.
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Todo es providencial, al que buena luz le ilumina, no hay obscuridad ni piedra en el camino que no le impida llegar a su destino.
A la inversa, al que la obscuridad utiliza como medio para conducirse en la vida, las piedras suelen ser el final de su camino.
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Cuando los vientos del cambio se hacen insoportables y pestilentes, es porque se han estacionado en el valle de los mortales.
Apréstate a montar molinos y adecuarte a las nuevas corrientes, porque es tu salvaguarda para sobrevivir los nuevos tiempos. De lo contrario, muere en tu ambiente caduco.
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«Cualquier día es bueno para sentirse agradecido por haber tenido la oportunidad, de vivir una larga vida. Y digo que ya he vivido muchos años, porque todos los días me doy cuenta de que hay gente que no han vivido ni la mitad de la vida mía, y ya son habitantes del campo santo.»
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Los colores del otoño son los que tranquilizan las pasiones del verano. La luz del sol parece matizar de nostalgia los bosques y las ciudades. Las hojas de los árboles se tiñen de color pardo y se disponen a regresar al sitio de donde vinieron, la tierra. Un sentimiento de paz se asoma en los corazones de los humanos, como anunciando que el tiempo es justo para prepararse para el invierno que viene.
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Hoy como cada 27 de septiembre desde que mi mamá dejó este mundo, dispongo el corazón a llorarle, la mente a recordarle y el espíritu a conectarse con el suyo. A mi madre en su aniversario luctuoso
Me sigue doliendo escuchar a Rocío Durcal, le sigo extrañando tanto que los días que me quedan de vida, no me bastarán para desahogar tanta tristeza.
Este día, me visto de gala, porque así le gustaba ver a sus hijos: pulcros, elegantes y saludables.
¡Le sigo llorando!
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Me encantan los días grises como el de hoy, porque me permiten amar los días luminosos como el de ayer.
Ayer ya pasó y me encantó, la luz del sol iluminó mi alma y la lluvia de hoy, limpia mi espíritu y hace crecer las flores del campo.
Cada día es especial, cada día es único, no volverá a suceder. Hoy es un día hermoso y me propongo vivirlo a plenitud.
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